Nicolás Guillén, en el mismo río

Nicolás Guillén, en el mismo río

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nicolas-guillenPor: Ernesto Montero Acuña

Con sentido parabólico, las aguas del río fluyente hacia el mar han provisto a los poetas de múltiples imágenes, casi siempre elegíacas y dolidas, con la intención de reflejar la irreversibilidad de la vida, tal vez sin percatarse de que el océano transforma su líquido y lo deposita de nuevo sobre la tierra para fertilizarla.

Nicolás Guillén, nacido en Camagüey el 10 de julio de 1902, parece como si hubiera terminado de fluir el 16 de julio de 1989, fecha de su fallecimiento, aunque solo dejó entonces de plasmar en literatura los motivos de su obra, que cada día se renueva, aun sin su presencia física.

Su poesía fluye continuamente hacia un océano que cada día la devuelve añejada, pero también atildada por la preservación a que la someten quienes la retornan a sus lectores.

Menos de un semestre atrás, se presentaron en la XXIII Feria Internacional del Libro, en la fortaleza de La Cabaña, los tres tomos de Pisto Manchego, con las secciones que el poeta escribió en el periódico El Camagüeyano, entre el 24 de marzo de 1924 y el 26 de agosto de 1925.

Detrás de la aparente ligereza de los textos se muestran las profundas raíces que sostendrían a lo largo de su vida al periodista de copiosa obra, primero, y al poeta fincado en lo nacional desde lo racial, siempre.

Sus temas sociales más profundos, en los cuales la literatura cubana alcanza muy elevada cima, tienen raíces en José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, José Martí y en numerosos más, aunque verdecidos por el abono de Guillén.

Nadie como él explica su propia obra: “Cuba es un agregado social en que lo negro mezclado con lo blanco resulta el precipitado de cubanidad más genuino y universal”, por lo cual: “lo cubano, así sea en el negro como en el blanco, es lo español más lo afro, el amo más el esclavo”.

Síntesis redondeada más adelante: “Había que profundizar” —es decir: tenía que hacerlo él—, “y eso al cabo se intenta mediante una poesía popular que, nutrida de nuestro propio mestizaje, vale decir de nuestra íntima cubanidad —no de lo negro anecdótico—, trate de expresarlo en su más dramática dimensión”.

Lo declaró así en su Charla en el Lyceum, pronunciada en noviembre de 1945 en la sociedad femenina homónima existente entonces en el Vedado, vísperas de su viaje a Venezuela y otros países suramericanos. La concluyó, por cierto, con su primer poema explícitamente dedicado a la muerte, refiriéndose al titulado Iba yo por un camino (El son entero, 1947), aunque explicando antes que amaba la vida.

Si bien este fue el primero sobre el tema, Canción filial (Poemas de transición, 1927-1931) y luego Muerte (La paloma de vuelo popular, 1958), Sobre la muerte (La rueda dentada, 1972) y sus profundas Elegías (1948-1958) —ninguna divorciada de la política—, están marcados por algún dolor eludido, incluso desde aquella Canción filial, dedicada a su padre, a quien le expresaba: Envuélveme en ti mismo, ya que no puedo verte,/ y espérame en la hora confusa de la muerte.

A su vida en la ciudad natal, junto al Hatibonico que reiteradamente trató en prosa y verso, dedicó A Camagüey suelo ir (Sol de domingo, 1982), uno de sus últimos poemas, como se percibe claramente en el contenido: Bajo el gran cielo sombrío/ de mi dolor,/ sollozo por/ muertos que durmiendo están,/ y en olas de olvido van. Con la diferencia de que con él no ocurre así, cuando apenas han transcurrido 25 años de su sobrevida.

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