Espectáculo sui generis

Espectáculo sui generis

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sab BFC 3

Al Ballet Folclórico de Camagüey (BFC) y a la imaginería de su director artístico y general, Reinaldo Echemendía Estrada, se debe el espectáculo más sólido realizado hasta ahora en Cuba —con motivo de su centenario— a una de las más célebres escritoras y poetisas del romanticismo hispanoamericano, Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camagüey, 23 de marzo de 1814-Madrid, 1º de febrero de 1873).

Anterior a Uncle Tom’s Cabin (La cabaña del tío Tom)1de la norteamericana Harriet Beecher Stowe (14 de junio de1811-1º de julio de 1896), en 1841 Tula —como así le llamaban los amigos— publicó su libro Sab, primera novela antiesclavista en Iberoamérica, que trata sobre la situación de los esclavos en el siglo XIX insular, a partir de la relación entre el cautivo Sab y Carlota, la hija de su amo, tema que el BFC adaptó a su estilo de trabajo.

Con una banda sonora de culto, magistralmente ejecutada por la orquesta de la compañía, bajo la con ducción de Echemendía, la puesta se disfruta de principio a fin, gracias al sostenido ritmo escénico. Él asumió, además, la dramaturgia con el uso referencial de algunos parlamentos esenciales de la novela, en lo que contó con el apoyo de Luis O. Antúnez, quien acentuó las expresividades teatrales en los bailarines, en concordancia con las pretensiones dramáticas de la puesta.

El Sab del BFC está básicamente concebido como un gran espectáculo músico-danzario-teatral, sin intención de expandirse, desde la exaltación artística, en alguno de estos géneros en particular.Según los cronistas de la época, por iniciativa de Don José Ramón de Betancourt, director del Liceo de La Habana, el 27 de enero de 1860, en el Teatro Tacón, fue homenajeada la insigne cubana tras su regreso a la isla luego de 23 años de ausencia. Allí se colocó en sus sienes una corona que, en oro y esmalte, imitaba ramos de laureles.

Orgullosos, los principeños también quisieron halagar a “su” prestigiosa poetisa, novelista y dramaturga. Para ello, la Sociedad Filarmónica (de Camagüey) —presidida por el patriota Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía— realizó una nueva coronación el 3 de junio de 1860 en el Palacio de los Marqueses de Santa Lucía. Ese suceso impulsó la inspiración de Echemendía al entretejer su versión de Sab.

La pieza, concebida en tres actos sin intermedio, pretende, por una parte, evocar a La Avellaneda desde la proyección escénica de aquella velada efectuada por un grupo de independentistas miembros de la Sociedad Filarmónica de Camagüey, muchos de los cuales se incorporaron a la Guerra de 1868, para luchar, entre otros males, contra la esclavitud; y por otra, recrear dentro del honorífico convite el imposible amor entre Sab y Carlota, pero desde el diseño del personaje de Tula, el cual repasa toda la producción literaria de la escritora a propósito de la festividad en su honor.

Echemendía, asimismo, tuvo a su cargo el diseño de las coreografías, ajustadas a determinados cuadros de la obra. Tanto la dramaturgia como los bailes y los cantos funcionan como mutua apoyatura, para devenir un espectáculo sui generis en el que igualmente hay pocos diálogos.

En fin, válido como propuesta escénica, la representación de Sab, por el BFC, fue una original propuesta para el escenario del teatro Principal de Camagüey. Vale reconocer el esfuerzo de los bailarines al asumir los roles de actores dramáticos, empeño en el que se destacan Alexis López González (Sab) y Janixe del Rosario Jiménez (Carlota). Elsa M. Avilés Carmenates (Tula), aunque logra transmitir la sicología de su personaje, en ocasiones busca forzadas poses en su desplazamiento sobre el escenario, mientras que Enaisy Mackenzie Rodríguez (Teresa) debe de trabajar más su expresividad artística.

Eduardo A. Garay Avilés (Enrique), José E. Alonso Zayas (Jorge) y Gleynie J. Delgado Nápoles (Don Carlos), irradian más como bailarines que como actores; Nathly Couto Torres adjudica suave carga de ternura a su personaje de Martina (en alusión a los indígenas isleños) y Alain Y. Garcés Sánchez (Ancestro Congo), corresponde su entrega en concordancia con la ligereza de su personaje.

Laura Suárez Estrada (Muerte) merece palmas aparte por su magistral danza, en la que no solo pone en función cada músculo de su geografía corporal, sino también moviliza la tensión del público.

Coreografías memorables fueron las interpretaciones de Toque de Basunde, del folclore afrocubano de origen congo en Camagüey, Nganga, y los zapateos, todos con música de Echemendía; mientras que las canciones sobresalen a través de los coloridos timbres de José Luis Castillo Ramírez (cantante principal), quien deslumbró con su Nganga ta´ llorá; también Lourdes Hernández Naranjo, José Y. Couso Velazco y Geraldina Gallardo Muñoz, que impactó con el Ave María, de Echemendía, quien tuvo a su cargo la composición de la letra y la música de este tema y de una buena parte del espectáculo.

Vale subrayar que para el diseño de la banda sonora, el director general del BFC logró un entretejido de canciones con obras de autores como Jorge González Allué, Luis Casas Romero, José Marín Varona, Joaquín Betancourt Jackman, Alberto Noriega y Víctor Pacheco, y Bernardo Alonso Brito, además de las de su autoría, en tanto en varios temas hilvanó con fineza poemas y textos suyos con otros de Nicolás Guillén y Juan C. Nápoles Fajardo, El Cucalambé.

En la elegancia de la escenificación hay que destacar los diseños de vestuarios a cargo del maestro Nazario Zalazar. La coreografía, mínimal y funcional, correspondió a Jorge Lozano. El diseño de luces, que pudo aportar más plasticidad, fue de Jorge L. Castellanos, Luqui.

Con sus aciertos e imperfecciones, el Sab de Echemendía y el BFC quedará en la memoria del espectáculo como una pieza rica en referentes históricos, artísticos y culturales del Camagüey y, hasta ahora, como la mejor remembranza escénica que ha recibido la emblemática escritora en el año de su bicentenario.

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