Libia, la gran estafa

Libia, la gran estafa

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Foto: Reuters
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Pretender demostrar que la subversión, agresión y desestabilización de Libia urdida y provocada por Estados Unidos y sus aliados europeos, y santificada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, fue consecuencia de la eclosión de rebeliones populares de la denominada por ellos “primavera árabe”, ha sido otra de las grandes estafas políticas del imperialismo.

La ingobernabilidad, la inseguridad, la violencia, el caos, la anarquía y las rivalidades tribales asolan el país desde el 2011, tras la injerencia extranjera y los criminales bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), que junto a las bandas insurgentes propiciaron el derrocamiento del Gobierno libio y el asesinato del coronel Muammar el Gadafi.

Consumado por las empresas transnacionales el control de los cuantiosos recursos energéticos de la nación norafricana, uno de los fundamentales objetivos de la agresión, las promesas de implantar en ella una sociedad de libertad, democracia y bienestar, se convirtieron en palabras que el viento se llevó. Libia ha quedado desde entonces sumida en una profunda crisis económica, política y social, incapaz de ser superada por el actual Gobierno provisional, carente del apoyo de la población.

Conflicto agravado con la rebelión antigubernamental contra el cuestionado Congreso General Nacional (CGN) iniciado la pasada semana por el desertor exgeneral de división Halifa Hartar, que comanda el autodenominado Ejército Nacional Libio (ENL) y por el ataque a la sede del Parlamento por parte de las poderosas milicias de Al Oaqaa y Al Sawaq, asentadas en Zintán, al suroeste de Trípoli, hostiles a los islamistas y fieles al sedicioso militar, acusado de llevar adelante un golpe de Estado.

Incrementando la espiral de tensiones, enfrentamientos e incertidumbres, las Fuerzas Especiales de Bengasi, unidad élite del ejército regular y los oficiales de la base aérea de Tobruk, se sumaron a la ofensiva denominada la batalla de la dignidad del ENL, mientras el presidente del Parlamento libio, general Nouri Abu Sahmain, pidió a las milicias gubernamentales enfrentar los intentos por tomar el poder en Trípoli tras los sangrientos enfrentamientos en esa ciudad y en Bengasi, reflejo de las dificultades que enfrenta el régimen para controlar un país dividido por antagonismos tribales, confesionales, rivalidades y choques armados entre las diversas facciones sediciosas, que reclaman su cuota de poder y zonas de influencia económica, en las ricas regiones productoras de petróleo.

La Misión de apoyo de Naciones Unidas en Libia (Unsmil) emplazada en el 2011 por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas instó a las autoridades a buscar solución a la convulsa situación e ingobernabilidad imperante desde la caída del anterior régimen.

La creciente violencia e inestabilidad del país norafricano tres años después de la agresión de la Otan ha concitado también la preocupación de diversas embajadas árabes y occidentales, que decidieron retirar su personal diplomático temerosas de su seguridad por el agravamiento de los conflictos y divisiones políticas.

Libia no es hoy ni remedo de la nación que durante más de 40 años disfrutó de una relativa estabilidad política, un estable desarrollo económico y un alto índice de seguridad social, beneficios ciudadanos que se revirtieron con la agresión de la Otan y la falta de un poder central que contenga las tendencias tribales a regir gobiernos locales dispersos en las diversas regiones, y de conciliar las rivalidades entre confesiones religiosas.

La Gran Yamahiria Libia Popular Socialista, que ostentaba el primer lugar en el índice de desarrollo humano de África, tenía la más alta esperanza de vida del continente y exhibía un elevado nivel cultural.

Su población no carecía de alimentos, viviendas y fuentes de empleo; por el contrario el país requería de abundante fuerza de trabajo foránea, que por la guerra de agresión se vio forzada a abandonarlo debido a la exacerbada discriminación, que en algunos casos alcanzó categoría de limpieza étnica.

Las expectativas sobre el desarrollo de la convulsa situación en Libia no son nada optimistas y hacen más evidente la estrategia imperialista de subvertir gobiernos, mediatizar los movimientos revolucionarios emergentes en el mundo árabe, desestabilizar a Siria y derrocar a Bachar Al Assad, en su camino hacia futuras acciones contra Irán.

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