¿Una nueva política de EE.UU. hacia Cuba?

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Por Jesús Arboleya

LA HABANA. Una inusual muestra de consenso en el polarizado escenario político estadounidense ha sido la carta pública que unas 40 personalidades de ambos partidos acaban de enviar al presidente Barack Obama, proponiéndole un cambio de la política hacia Cuba.

En verdad no se trata de algo nuevo, en diversos momentos, representantes de importantes sectores de la sociedad norteamericana han reclamado sin éxito la necesidad de este cambio. Tampoco es novedoso el argumento, aducido por los firmantes de la carta, de que por la vía de la flexibilización de la política y el aumento de los contactos entre los dos países será más fácil alcanzar el cambio de régimen que aspiran lograr en Cuba.

De todas formas, cualquiera sea la vuelta que quiera dársele al asunto, la carta constituye el reconocimiento, por parte de muchos de los que fueron sus ejecutores, del fracaso de una política que durante más de medio siglo ha tratado de asfixiar económicamente a Cuba y aislarla en el escenario político internacional.

Otro elemento importante es que no se trata de una iniciativa aislada, sino que forma parte de una corriente que ha tomado fuerza en los últimos meses, como consecuencia de presiones convergentes, entre las que los propios firmantes destacan el rechazo de la actual política por parte de la mayoría de la opinión pública norteamericana y la crítica casi unánime del resto del mundo a la misma.

Por ejemplo, también ha circulado en los últimos días la noticia de la próxima visita a la Isla de una delegación de la Cámara de Comercio de Estados Unidos encabezada por su presidente Thomas J. Donahue, el cual ya estuvo en el país en 1999, se entrevistó con el entonces presidente Fidel Castro y en diversas ocasiones ha manifestado su oposición al bloqueo económico a Cuba.

Se trata quizá de la organización empresarial más importante de Estados Unidos y uno de los principales lobistas. En la delegación estarán presentes los directivos de varios de los consorcios más poderosos del país y es lógico suponer que su interés es explorar la posibilidad de un mayor acceso al mercado cubano frente a la creciente competencia de otros poderosos actores, como China, Rusia, Brasil e incluso varios países de la Unión Europea, que ha iniciado un proceso de revisión de su política hacia Cuba.

Dentro de esta lógica también pudiera ser interpretada la declaración del aspirante a gobernador floridano, Charlie Crist, respecto a la necesidad de cambiar la política hacia Cuba.

En su momento tal declaración fue entendida como un gesto para atraer a un segmento del electorado cubanoamericano que, de manera creciente, se ha distanciado de la extrema derecha y apoya mejores relaciones con la Isla. Sin embargo, Crist ha ido más allá del sector cubano. Si la apertura favorece a la economía floridana está incluyendo entre los beneficiados a otras comunidades.

Frente al planteamiento de la extrema derecha respecto a los réditos  económicos que reporta a Cuba el incremento de los contactos con la comunidad cubanoamericana, muy pocos se han referido a la importancia que también significan para la Florida los negocios resultantes de los mismos y el considerable daño que implicaría eliminarlos.

No sería ocioso analizar si el mejoramiento de los indicadores económicos que se aprecian en el estado hubiesen sido posibles sin la existencia de estas actividades, las cuales contemplan el tráfico de cientos de miles de personas, el aumento del comercio interno, la creación de nuevos empleos y el impacto de los nuevos inmigrantes en el mercado inmobiliario y las construcciones, para solo citar algunos de sus efectos.

Todo ello pudiera crecer exponencialmente y aumentar su valor cualitativo, si no existiera el bloqueo económico a Cuba. Crist no ha sido el único en comprenderlo. Declaraciones similares han sido realizadas por gobernantes y grupos económicos de otros estados y se ha multiplicado la presencia de delegaciones de los mismos en la isla.

Se impone entonces la pregunta: ¿por qué si son evidentes la caducidad de la política mantenida, los daños que causa a la propia economía norteamericana y la oposición de tantos sectores estadounidenses a la misma, Washington no cambia la línea del fracaso con La Habana?

La respuesta no es sencilla. Está relacionada tanto con el ejercicio de la hegemonía de Estados Unidos en el mundo, como con las contradicciones internas que vive ese país. También con la realidad internacional, especialmente con lo que acontece en América Latina.

Pero, sobre todo dependerá de la propia evolución de la situación cubana a partir del resultado de las reformas económicas en curso, así como el impacto interno y externo que tendrá el relevo generacional de la dirección histórica de la Revolución, anunciado para el 2018.

Vale entonces la pena que nos detengamos aquí, para analizar esta problemática con la profundidad requerida en un próximo artículo.

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