Ser de Cuba

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BanderaSi algún día usted llega a un lugar desconocido, si no tiene la menor idea de cómo se nombra el sitio donde está parado, camine un rato y contemple a la gente que lo rodea. Mire a su alrededor.

Si en su andar aprecia, simultáneamente, a personas blancas, negras, indias, con rasgos característicos de Asia, otros rubios, trigueños; algunos que superan los dos metros de estatura y otros extremadamente pequeños… no lo dude, usted está en Cuba.

Bienvenido entonces a un país completamente diverso, heterogéneo. Una mezcla formada por su gente, un “ajiaco”, como la describiera el destacado científico social Fernando Ortiz.

Son precisamente sus personas lo que más llama la atención. El pregonero habitual de las mañanas, que ofrece su mercancía y también su musicalidad, los amigos del barrio, los nuevos y los que ya suman algunos quinquenios, los bodegueros, choferes de ómnibus, inspectores estatales… figuras todas importantes de la cotidianidad.

En esta nación nadie está solo. En el momento menos inesperado, en la situación más insospechada, aparece alguien con quién conversar. Y no importa si no se han visto nunca, si hay más de dos en un mismo espacio basta, lo demás es irrelevante.

El tema no será problema. Hablarán de pelota —una de las cuestiones preferidas—, el estado del tiempo, la última gran cola que hicieron, o su solución muy particular a cualquier problema de la sociedad.

Para abrir el canal de la comunicación el emisor preguntará cualquier cosa, incluso un gesto con su cara puede iniciar el diálogo. Esto será más fácil aún si quien comience no tiene reloj. ¿Qué hora es?, bastará la pregunta.

Es la interacción amena el aspecto distintivo de los hijos de esta tierra, he ahí, exactamente, su secreto. Porque aún hay valores latientes en los que creer, porque persiste el sentimiento de cubanidad en cada uno de nosotros; rasgo que, retomando la obra de Fernando Ortiz, es principalmente la peculiar calidad de una cultura, la condición del alma, “un complejo de sentimientos, ideas y actitudes”.

A dicha naturalidad artistas de las más variadas manifestaciones han dedicado su trabajo, pues cautiva la inspiración y alienta para regalarle horas frente al lienzo, el pentagrama, la hoja en blanco.

Atrapa a los nativos, pero también a los que no son del patio, aquellos que alguna vez se enamoraron de sus mujeres, del sabor de su comida, de la espuma de sus olas.

Cuando alguien camine por las calles de este país, espere su turno en una consulta médica o repose en el banco de un parque debe estar atento a la llegada de otro auténtico cubano que compartirá, al menos, un apretón de manos; de esos que nos refuerzan el paso, de los que solo se dan en este suelo.   

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