Nigeria: El oscuro objetivo de Boko HaramJuan

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El secuestro de más de 200 adolescentes   de un internado de enseñanza en   Chibok, al noroeste de Nigeria, perpetrado   el 14 de abril por el grupo   extremista Boko Haram, lidereado  por Abubakar Shekau, ha incrementado   la violencia, el terrorismo, las   rivalidades étnico-confesionales, la   inestabilidad política y la crisis socioeconómica,   presentes en esa nación   africana desde su independencia   del Reino Unido en 1960.

Repudiado mundialmente, el   rapto de las jóvenes estudiantes,   compulsadas por sus captores a   convertirse al Islam, fue antecedido   por otro ataque a un centro escolar   en el que resultaron asesinadas 29   personas. Tales acciones son utilizadas por Boko Haram para ejercer   presiones contra el Gobierno del   presidente Goodluck Jonathan, al   que pretende desalojar del poder,   con el pretexto de “convertir a Nigeria   en un Estado verdaderamente islámico, regido por las leyes de la Sharia y alejado de las nocivas costumbres   occidentales”.

Durante 12 años el radical Shekau,   para quien “lo que no es islámico   es pecado”, ha practicado acciones   terroristas, ejecuciones sumarias y   secuestros, con el consiguiente exacerbamiento   de los enfrentamientos   étnicos y confesionales entre musulmanes   —mayoritarios en el norte— y   los cristianos radicados en el sur, además   de incentivar las disputas tribales   por cuestiones territoriales.

Desde el 2002, este proceder terrorista   en busca de hacerse del poder   ha fomentado el caos en la sociedad   nigeriana y propiciado el incremento   de la pobreza, junto a mayor marginación   y corrupción en la región norte,   la menos desarrollada del país. Así,   el creciente descontento popular derivado   de esta realidad ha tratado de   ser aprovechado por los amotinadores   contra Jonathan.

Conmocionada por el reciente   rapto de las escolares y su incierto   destino, la República Federal de Nigeria,   un país con enorme producción   de petróleo, vuelve a vivir la incertidumbre,   cuando precisamente los   problemas que lo han lacerado históricamente   enrumbaban hacia esperanzadoras   y progresivas soluciones   con la elección del nuevo Gobierno   presidido por Goodluck Jonathan.

Tras décadas de golpes de Estado,   inestabilidad, antagonismos políticos   y étnicos y una precaria situación socioeconómica,  el actual mandatario,   que se desempeñó en un corto período   de tiempo como presidente provisional   hasta el 2011, asumió oficialmente en   mayo de ese mismo año la presidencia   del país, por el voto mayoritario de la   población en un proceso electoral calificado   de transparente.

Sin embargo, su gestión al frente   de este enorme y rico Estado africano   no ha podido lograr materializar los   objetivos y transformaciones que se   ha propuesto.

Los reiterados ataques de que han   sido víctimas escuelas, donde se han   escenificado raptos de jóvenes, las   violaciones de los derechos humanos   en las zonas en las que opera el grupo   insurgente y su ultimátum a los   cristianos del norte para que abandonen   el territorio, han causado, según   fuentes oficiales, el desplazamiento   de unos 250 mil de sus pobladores y   una severa crisis humanitaria que   afecta a cerca de 3 millones de personas,   factores obstaculizadores de la   estabilidad de la nación.

Bajo el estado de emergencia imperante,   las autoridades nigerianas   han declarado su disposición a sostener   conversaciones con Boko Haram   para lograr la libertad de las niñas,   amenazadas en su integridad física y   moral con medidas extremas por parte   de sus captores, los que demandan   intercambiar a aquellas que no se han   convertido al Islam radical por combatientes   del grupo islamista encarcelados.   Las gestiones se mantienen en   un punto cero, no obstante ser apoyadas   por la Unión Africana, Naciones   Unidas, la Unesco, la Unión Europea,   China, Estados Unidos y otros países,   que han ofrecido su cooperación al   Gobierno de Nigeria en sus esfuerzos   por garantizar el retorno seguro de   las escolares.

En Abuja, la capital, y en otras   ciudades del extenso país, los padres   de las víctimas del rapto y centenares   de manifestantes permanecen en vigilia   y exigen la liberación de las menores   en poder de la brutal cofradía,   que tiene como emblemas la violencia   y el terror. Su crueldad y testarudez   pueden conducir a nuevas acciones   como el secuestro que hoy mantiene   en vilo a Nigeria.

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