Los abriles de Soplillar

Los abriles de Soplillar

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Nemesia sostiene un ratito a su sobrino Oscar, el niño de seis meses que cargaba el 17 de abril de 1961. A su lado, Lucía. Fotos: Noryis
Nemesia sostiene un ratito a su sobrino Oscar, el niño de seis meses que cargaba el 17 de abril de 1961. A su lado, Lucía. Fotos: Noryis

Nemesia Rodríguez no debe  conceder más entrevistas, lo  han sugerido los médicos. Con  esa advertencia me recibieron  en Ciénaga de Zapata, sin siquiera haber  anunciado el plan que horas antes  había garabateado en mi agenda.

Ya son muchas las tristezas,  las conmociones, el dolor por la  pérdida de la madre, el esposo, el  hermano mayor. Las angustias de  un abril de 1961 que estremece el  alma, ese recuerdo punzante año  tras año abierto por una fecha negada  al olvido.

Pero yo no había ido hasta allá  a entrevistar a la mujer que Jesús  Orta Ruiz inmortalizó en Elegía a  los zapaticos blancos. Honestamente,  no fue su nombre el que pedí,  buscaba la historia de una cenaguera  típica, no importaba si de Guasasa,  Santo Tomás o Cocodrilo. Solo  quería una historia y la Federación  de Mujeres Cubanas (FMC) me dio  un nombre y un poblado. “Vete a  Soplillar y busca a Lucía Rodríguez  Montano”.

Cuando apenas nacía la mañana,  una infantería de cinco kilómetros y  medio me colocó delante de la casa  de Lucía, que impaciente también ya  había recorrido sus metros entre la  cocina y el portal. Malo de verdad el  transporte para acá, le digo. “¿A pie?  ¿Viniste a pie? Descansa mi´jita, voy  a ver si mi hermana Nemesia por fin  viene”.

Y entonces entendí que aquella  obligada caminata ganó su corazón.  Me libré de la mochila, alcé el vaso,  un buchito de café, y de frente la vi  venir, más bajita que de costumbre,  los ojos en el piso.

“No he amanecido bien hoy”, me  dio un beso, y solo atiné a preguntar:  qué le sucede, Nemesia. “Estoy  un poco nerviosa, quizás la presión”.  Contuve el desespero por estrenar  la cámara y la grabadora y minutos  después, junto a Lucía, caminamos  unos 30 metros, la distancia justa  para yo tomarla del brazo y hablarle  de lo primero que se me ocurrió.  ¿Y la muchachita que siempre la  acompaña a los desfiles del Primero  de Mayo?

“Esa es mi nieta y tengo otra, las  dos estudian Estomatología, y también  está Cristian, el menor, que si no  lo menciono me mata”, y llegó la primera  sonrisa de la flor carbonera.

Tiempos modernos

Una casa pequeña dejó de serlo para  ceder su espacio a la galería Transeúntes,  inundada ahora por los cuadros  de Sándor González Vilar, el artista  que años atrás llegó con Alexis  Leyva Machado (Kcho) para instalar  allí el Memorial 50 Aniversario de la  cena carbonera con Fidel. El pintor  quiso quedarse en Soplillar desde su  obra.

“Esto es lo mejor que nos ha  sucedido en los últimos días. Será  un espacio donde podrán exponer,  además, las tejedoras, bordadoras,  modistas y también enseñar tan necesarios  oficios a las más jóvenes”,  confiesa Magali Socorro. “La FMC  ha apoyado en todo. Dile a Lucía  que te cuente, ella es la secretaria  del bloque”.

Guarda como tesoro las fotos del VI Congreso del Partido, en lo que ella considera como el álbum de sus quince.
Guarda como tesoro las fotos del VI Congreso del Partido, en lo que ella considera como el álbum
de sus quince.

Y salimos al portalito de la naciente  galería y el sol alumbró la  frente de los que allí estábamos. La  propia Nemesia muestra la bodega  que por años la tuvo por dependienta.

Su sobrina Magali fue la delegada  anterior a este mandato, por  eso conoce con señas y cifras la vida  de allí, los reclamos de un círculo  infantil cercano al poblado para  que crezca la oportunidad de trabajar  o la búsqueda de alternativas  de servicios gastronómicos módicos  para una población de 311 habitantes,  con un porcentaje apreciable de  personas entre 60 y 72 años; asombrosa  edad para un municipio cuya  expectativa de vida era muy inferior  antes de 1959.

La propia madre de Nemesia fue  asesinada por la mercenaria invasión  con solo 40 años, “mamá Juliana,  que ya sufría por perder, sin un  médico que lo viera, al primero de sus  ocho hijos”, revela Lucía en la sala  del hogar de Paulina, la mayor entre  las cuatro hembras del matrimonio  Rodríguez Montano. Solo Carmen no  vive en Soplillar.

A mi izquierda se sienta un trío  con mucho que contar. Pero yo solo  fui a entrevistar a Lucía y ella defiende  su derecho a hablar; mientras,  Paulina y Nemesia se limitan a alguna  lágrima, una carcajada, o alguna  precisión, poca, muy poca porque mi  interlocutora es tan locuaz como lúcida.

Por voluntad propia regresa al 17  de abril de 1961. Al día en que estando  en la escuela de La Habana con  otros dos de sus hermanos, Celia Sánchez  le dice que su mamá había sido  herida de gravedad. “Luego supimos  que estaba muerta. Mamá iba mucho  a vernos, preocupada por cuándo terminarían  los estudios, nunca se había  separado de nosotros. Esos viajes la  acercaron a Celia y se hicieron muy  buenas amigas. Fue injusto, en su última  visita comentó sobre su angustia  por los actos criminales contra Cuba,  y ella misma terminó siendo otra víctima,  la familia casi completa pudo  serlo”.

Y la saco del llanto y le hablo  de qué hubiera sido de Juliana cocinando  con lavadora moderna y ollas  eléctricas, DVD o el baño bien bonito  como le quedó a usted. “¡Muchacha!,  contentísima estuviera. Con un crédito  logré enchapar el baño, ya lo viste,  es una belleza. Ahora poco a poco lo  pago con mi chequera, contenta porque  la Revolución me dio esa oportunidad”.

Por 35 años Lucía trabajó en el taller  de cerámica de la Ciénaga, y terminó  quedándose con un solo hijo. ¡Pero  con varios nietos y bisnietos!, sonríe.  “Lamento no haber parido más, pero  sin mi mamá no creo que fuera fácil,  siempre vale la ayuda materna”.

Elogia la oportunidad que la  Revolución dio a las mujeres de estudiar,  los beneficios de la salud que  hace muy poco salvó a Paulina con  una tremenda operación en su estómago.  Y la interrumpe Nemesia,  para anunciarme que ese que llegó  es su sobrino Oscar, el niño de seis

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