Un escolar sencillo

Un escolar sencillo

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Foto: Tomada de Cubadebate.
Foto: Tomada de Cubadebate.

No busqué en su rostro las huellas del tiempo ni el atropello de la cárcel, tampoco la alegría evidente de una felicidad incompleta ni la fisonomía de un galán de telenovelas, sino lo que devela del joven serio, asequible, de pensamiento profundo y ceño fruncido que me describían cada vez que indagaba sobre Fernando González Llort.

El hombre tierno y profundamente sensible que nos presentó su Rosa Aurora, se abrió en ese abrazo sin igual que envolvió a René, alcanzó a Gerardo, Tony y Ramón, y estremeció a todos los cubanos que esperaban por él en su patria o fuera de ella. Fue más que el abrazo al hermano, el beso a una causa.

Fernan regresó después de cumplir cabalmente su injusta condena, no le regalaron ni un tantito así. Ni siquiera prescindieron de las esposas aun cuando para él sería imposible escapar del avión que lo trajo a Cuba. Hasta el último minuto lo hicieron saberse preso.

Lo contó con esa voz fuerte y clara que a veces titubeaba por la emoción o el miedo escénico, pero no hubo lamentos. Sintió la libertad en su amado suelo y junto con ella el cariño de su madre, de su esposa, de sus hermanas que lo esperaban, quizás no como tantas veces lo había pensado Magaly, sino como fue en su momento. Las lágrimas de esa madre que nunca se dejará vencer sellaron la partida para el inicio de otra etapa en la ya épica batalla por el regreso de Gerardo, Ramón y Tony; los tres de los Cinco que todavía soportan estoicamente injustas condenas.

Fernan regresó, mas su aliento está junto a ellos porque, como dijo Ramón: “Un día dichoso decidimos unirnos para jamás dejarnos vencer… Con él regresamos todos de alguna manera. En él está también, como en René, la esencia de todos, nuestra energía y nuestra forma de pelear y de vencer”.

Lo vi descontar cada paso de la escalerilla del avión; entregarse y agradecer en los abrazos, en sus palabras sin grandilocuencias; había una extraña serenidad en su andar, en sus gestos, en su rostro. No me atrevo a decir que en su mirada, porque la distancia que interponía entre nosotros la pantalla de mi televisor era enorme. No tuve la suerte de asistir a su recibimiento como sí la tuvieron otros colegas que también han escrito sobre los Cinco durante estos años.

Reservaré mis mejores preguntas y mis más gratas palabras para algún día en que nos encontremos en este azaroso camino; hasta entonces conservaré su imagen de escolar sencillo, de ese que se quitó el uniforme —de la escuela y de la cárcel— y salió a recibir la brisa amorosa, sencillamente, con su pitusa y su camisa azul.

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