La Feria necesaria

La Feria necesaria

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Logo de la Feria Internacional del Libro

En el panorama de transformaciones que vivimos en los últimos tiempos —transformaciones más o menos urgentes, ineludibles—, algunos han sugerido que el Estado debería retirar o redefinir su decidido apoyo a algunas citas culturales. No es momento de hacer grandes festivales, que siempre implican un considerable desembolso de recursos y no siempre grandes ganancias comerciales —afirman con buenas o no tan buenas intenciones.

El asunto es complejo. Es cierto que el panorama económico no parece propicio para grandes inversiones culturales. Ya se sabe que los ingresos del arte y la literatura —del arte y la literatura con ciertas pretensiones estéticas e ideológicas, no hablamos ahora de la muy rentable y hasta necesaria industria del entretenimiento— son más espirituales que monetarios.

Pero desatender ese ámbito nos pondría en el camino de los abanderados del neoliberalismo más ramplón: dentro del mercado todo, fuera del mercado nada.

Hay que decirlo con todas sus letras: el socialismo tiene la obligación de respaldar y proteger las iniciativas culturales, porque la cultura es la esencia misma de los pueblos. Hacer más rentables esas iniciativas, derrochar menos recursos, organizar con pragmatismo los espacios, estructurar los resortes comerciales… son acciones válidas y más que aconsejables (en algunos casos, incluso, obligatorias). Pero nunca se debería poner la lógica meramente mercantil por encima del aporte social y de enriquecimiento espiritual de los encuentros artísticos y literarios.

La Feria Internacional del Libro —cuya edición 23 comenzará este jueves en La Habana— es una muestra clara del compromiso del país y sus instituciones con la promoción de la literatura y las artes en general. Todavía no es el espacio ideal, perfecto (difícil, casi imposible será lograr la perfección en una cita tan grande e integradora); pero su vocación es atendible y merece todo el apoyo.

Pocas ferias de este tipo en el mundo hacen tanto énfasis en la democratización del acceso al libro. Si atendemos a la dimensión puramente comercial, esta no es la más grande de las ferias, ni siquiera en el contexto latinoamericano. Pero cuando se compara el alcance y sus implicaciones públicas, sin duda resulta una de las más importantes.

La Feria Internacional del Libro es un acontecimiento popular —fiesta, celebración, lugar de encuentro—, pero también un centro generador de pensamiento. Ante la avalancha de productos seudoculturales (una avalancha de la que este país no está ni puede estar ajeno: la globalización es un fenómeno universal), ante el impulso bien articulado del pensamiento reaccionario y desmovilizador, la Feria erige un valladar.

Este debería consolidarse como el espacio natural de la creación verdaderamente revolucionaria, renovadora y viva en todos los aspectos: frescura estilística, excelencia en la forma, profundidad conceptual.

La circunstancia de que esta edición sea dedicada a la literatura ecuatoriana —rica y todavía insuficientemente conocida por estos lares— da una idea del reto que tenemos por delante: la América Nuestra tiene un caudal impresionante de expresiones culturales; los esquemas promocionales vigentes —muchas veces impuestos— no le han hecho justicia. La Feria Internacional del Libro podría ser la ventana (de alguna forma ya lo es) de esa tradición, la más auténtica.

Nuestra Feria es necesaria, es insustituible. Ya valdría solo por su impacto popular: decenas de miles de visitantes, centenares de miles de ejemplares vendidos en cada edición. Ya valdría por la singularidad de su convocatoria: han asistido excelentes escritores, de disímiles tendencias, de casi todas las regiones del mundo. Valdría también por su amplio espectro artístico: a la literatura se une la música, el teatro, la danza, el cine, las artes plásticas.

Pero vale sobre todo por algo que no se puede medir en millones de pesos: por la extraordinaria contribución al crecimiento intelectual de un pueblo y a la ampliación de sus horizontes culturales, a la formación de un ciudadano más comprometido con su entorno y su momento.

La lectura es la columna vertebral de todo conocimiento. Promoverla siempre será una inversión de futuro.

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