Mi Capitán: exacto en el deber, severo en la disciplina

Mi Capitán: exacto en el deber, severo en la disciplina

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Fotos: Agustín Borrego Torres..
Fotos: Agustín Borrego Torres..

El hoy general Eldán Domínguez Fortty conoció a Hugo Chávez en los tiempos en que lleno de ilusiones estudiaba como cadete en la institución militar, donde el que luego sería presidente, ya era profesor. Es Agregado Militar de su país en Cuba, tiene 46 años, cuatro hijos y está casado con Yojana Milagros, la misma novia de su época juvenil.

Probablemente, Domínguez Fortty sea uno de los hombres más íntimamente ligados al Comandante Eterno desde que, una vez electo, lo llamara para formar parte de su escolta y encomendar su vida a la audacia y la inteligencia de quien había ganado su absoluta confianza.

Y no era para menos, pues a partir de aquel año 1984 entre mi entrevistado y el entonces Capitán Hugo Chávez Frías surgió una simpatía mutua. Para el joven, ese profesor —algunos años mayor— era un ejemplo a seguir y a este, el bisoño parecía traerle al presente sus empeños juveniles en su Barinas natal.

“Mientras uno se está formando en la vida militar va creando paradigmas y busca un oficial como modelo a imitar; de pequeño en mi casa de Caracas mis padres hablaban de cosas buenas, de bondad, y mi Capitán era eso… exacto en el deber, severo en la disciplina.

“Por primera vez yo oía hablar de Maisanta, del general Zamora, y comprobaba lo injusto de las políticas de la IV República. Si el pelotón de alumnos salía a trotar por las calles, otros oficiales nos trataban de inculcar que los estudiantes eran enemigos y no nos permitían un acercamiento con los sectores universitarios y populares.

“Pero cuando salíamos con mi Capitán todo era distinto. Junto a él fuimos nutriendo nuestro pensamiento filosófico. De ahí vengo yo. Entonábamos himnos que hablaban de Ezequiel Zamora, el General del Pueblo; cantos que llamaban de la Federación, contrarios a la oligarquía. De cadetes los cantábamos con Chávez y casi sin saber cómo ni por qué, comencé a ganar conciencia de todo aquello. Posteriormente me di cuenta de que en esos momentos ya se gestaba el Movimiento Bolivariano (MBR 200). Fíjese que un buen día prohibieron esos himnos y a quien sorprendieran cantándolos lo expulsaban. Por eso sacaron a mi Capitán de la Academia y lo mandaron para la frontera con Colombia”, recuerda.

Su Comandante lo ascendió a mayor, a teniente coronel y a coronel. Solo no pudo ponerle los grados de general.
Su Comandante lo ascendió a mayor, a teniente coronel y a coronel. Solo no pudo ponerle los grados de general.

El Caracazo y el 4 de febrero de 1992

A su Capitán lo mandaron lejos, “pero no tanto, porque dondequiera que él llegaba comenzaba a sembrar su semillita del patriotismo y a uno le parecía estar permanentemente a su lado. Continué en la Academia, vinculado con Chávez de una forma u otra, mediante mensajes principalmente, hasta graduarme en 1988 como subteniente.

“Para suerte mía me ubicaron en un batallón de paracaidistas, el José Leonardo Chirino, el nombre de un negro esclavo que lidereó una rebelión de sus iguales en busca de libertad. Yo estaba muy contento porque ese cuerpo siempre ha sido protagonista, incluso durante el golpe de Estado del 2002 desempeñamos un rol fundamental para devolver al Presidente al Palacio de Miraflores”.

En 1989 el Caracazo, la formidable embestida contra el desgobierno de turno, sorprende a Domínguez Fortty junto a sus soldados. “Después llegó el 4 de febrero de 1992, donde sí estaba complotado. Mi Capitán contó conmigo y mi brigada inició las acciones en La Carlota, unidad en que aún combatíamos, cuando lo vemos por televisión, el día de la famosa frase: ‘Por ahora’. Podíamos percibir la aceptación popular por la hidalguía de aquel hombre y sus intenciones. Fuimos los últimos en rendirnos”.

El muy joven oficial fue sentenciado a 28 años de cárcel por su participación en la revuelta, mas solo cumplió uno. “Salí de prisión, y me dejaron en el Ejército; seguí siendo militar y aunque no podía permitir que me vieran conversando con mi jefe, sosteníamos reuniones y manteníamos vivas aspiraciones y proyectos, los mismos que pocos años después se harían realidad”.

El honor de ser su escolta

Su humildad reluce al hablar de sus inicios en la escolta de su Comandante. “Para mí fue una sorpresa —y un honor— que me llamara para formar parte de su escolta.

“Yo ni siquiera había salido nunca al exterior y me correspondió acompañarlo por numerosos países del mundo. ¡Son tantas las anécdotas!

“Es imposible olvidar todo lo que sucedió ese día de abril del 2002, cuando el Golpe, que fue una traición. En el Ejército siempre hay un respeto especial para el militar más antiguo, de mayor graduación, y algunos veían a mi Comandante despectivamente, pues él solo era teniente coronel y había muchos generales.

“Ya con el Golpe en marcha salimos de Miraflores por decisión de Chávez, pues no quería derramamiento de sangre. Como habían sido sus compañeros, él quiso ir a la Comandancia General —en el Fuerte Tiuna— para hablar con los complotados y convencerlos, pero al llegar allí lo subieron a un elevador y a los de la escolta nos llevaron a otro salón. Unos generales nos hablaron y nos dijeron que no nos preocupáramos, porque Chávez estaba custodiado. Era una emboscada. Ahí lo apresaron.

“Ya Pedro Carmona había mandado a matar a los que llamaba ‘los perros fieles de Chávez’. Sin embargo, esa tarde nos soltaron y fuimos directo a esconder a nuestras familias.

“La oposición no perdió tiempo y con rapidez Carmona se juramentó en el Palacio. Sin embargo, a las pocas horas pudimos traer de vuelta al verdadero Presidente.

“Recuerdo con nitidez aquel 13 de abril del 2002, al llegar al Palacio de Miraflores. Allí él demostró sus tremendos sentimientos cuando sacó su crucifijo y delante de todo el pueblo perdonó a los golpistas, en acto de humanismo y de bondad”.

En los últimos 14 años, Domínguez Fortty estuvo más tiempo junto a su Presidente que en compañía de su familia. “Un 31 de diciembre —no recuerdo el año— en horas de la mañana íbamos para Barinas, su lugar de nacimiento, donde esperaría el año nuevo. Yo iba manejando el carro presidencial y casualmente él se da cuenta de que nosotros íbamos a estar separados de nuestras familias, me mandó a que las trajéramos, para todos juntos celebrar la fecha.

“Otro día —más tarde— un grupo de generales se alzó contra Chávez. Se fueron a la Plaza de Altamira. Me le presenté a mi Comandante y le pedí que me diera la orden para traerles a todos esos militares presos y amarrados. Él me dijo que yo estaba loco. ‘Si lo haces, los conviertes en mártires. Con el tiempo nadie se va a acordar de ellos…’ Y así fue, hoy nadie los recuerda.

“Mi Comandante dormía poco y trabajaba mucho. Transmitía energía a raudales, y nuestra relación era de hermanos, aunque lo consideraba mi maestro, mi universidad. Las tres veces que Fidel estuvo en Caracas, el Presidente me escogió para ser su ayudante por la parte venezolana. En dos ocasiones también lo he sido de Raúl. Eso es parte de mi orgullo”.

Un hecho marca la estrecha relación entre ambos. “Mi Presidente fue quien me ascendió a mayor, a teniente coronel y a coronel. Y soy general desde el pasado 5 de julio”, me dice, y creo percibir una rara mezcla de orgullo y tristeza. Su Comandante había fallecido el 5 de marzo del 2013.

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