Antonio Maceo en el hondón de Punta Brava

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Antonio MaceoPor: Rosa María González López / AIN

El siete de diciembre de 1896, en encuentro con las tropas españolas en el lugar conocido como Punta Brava, en La Habana, cayó en la acción de San Pedro el Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales. A su muerte, el llamado Titán de las Guerras de Independencia tenía en su cuerpo más de 20 cicatrices que acreditaban su arrojo.

Héroe de la gesta libertaria desde 1868, su pérdida significó un fuerte golpe a la contienda emancipadora. Con su desaparición, se malograba uno de los líderes principales y de mayor carisma de la revolución contra el colonialismo español.

El día 16 de diciembre, ante la confirmación de los rumores que llegaban al campamento mambí referentes a la caída en combate del Lugarteniente General Antonio Maceo y su ayudante Panchito Gómez Toro, el general Máximo Gómez escribió en su diario de campaña:

“Me despierta la noticia de la muerte de mi hijo Pancho y del General Antonio Maceo, ocurrida en Punta Brava, Provincia de La Habana, el día siete del actual. Algunos de mis compañeros abrigaban la esperanza de que pudiera ser falsa la noticia, pero yo siento la verdad de ella en la tristeza de mi corazón”.

Muy duro debieron ser para el Generalísimo ambas pérdidas: la de su hijo, de 20 años, Francisco Gómez Toro, quien era escolta de Maceo: y la de este, su inseparable en la contienda invasora, campaña militar sin precedentes que había logrado con éxito total despertar la solidaridad a favor de los insurrectos y golpear al régimen español colonialista.

El 22 de octubre de 1895, desde Mangos de Baraguá, en Oriente, ambos generales, Maceo y Gómez, habían partido, rumbo a occidente, con la histórica columna invasora.

Pretendían, y lograron, superar perfiles regionalistas, impedir el desempeño de la zafra azucarera y ampliar la base social del Ejército Libertador, al incorporar nuevas poblaciones y sectores sociales a la lucha.

Culminó la invasión en Mantua, Pinar del Río, en uno de los poblados más al occidente de la isla de Cuba, el 22 de enero de 1896. Hasta allí llegó el general Maceo.

En apenas 90 días, los mambises habían enfrentado 150 mil militares españoles y 60 mil hombres listados como voluntarios; desarrollado 27 combates, y ocupado 22 pueblos.

Finalizada la invasión, el Lugarteniente General regresó a Pinar del Río e inició en esa provincia diversas acciones cuyos objetivos eran garantizar el éxito de la campaña, y sobre todo, neutralizar los efectos de la reconcentración y la propaganda española, la cual enfatizaba la eficacia de esa siniestra maniobra pacificadora.

Fue entonces cuando libró Maceo memorables batallas como la de Paso Real, o la de Ceja del Negro, en Cacarajícara, el cuatro de octubre, donde desplegó, una vez más, su pericia de estratega militar, habilidad política, dotes de líder y extraordinaria valentía.

En uno de esos combates, el dos de diciembre, en Loma de San Juan de Dios, resultó herido Panchito Gómez.

Cruzó Maceo la trocha que se extendía desde Mariel a Majana, pero no se encontró con el pelotón de refuerzo que debería asistirlo; no obstante lo adverso de la situación, decidió continuar su marcha hacia La Habana.

El ímpetu y la voluntad, cualidades que le eran tan propias, lo llevaron a colocarse en una de las posiciones más desventajosas para el combate, en  terreno con cercas de piedras y alambradas, las cuales hicieron estratégicamente muy difíciles las acciones de San Pedro. En aquellas condiciones, guerreó su último combate.

Su cadáver fue rescatado y, junto al de su ayudante Panchito Gómez, fueron sepultados secretamente. El Generalísimo ordenó 10 días de luto a observarse con el mayor silencio posible en el campo insurrecto.

A María Cabrales, viuda de Antonio Maceo, Máximo Gómez le escribió una carta donde le ofrecía su sentido duelo, y le pedía, con toda la sencillez y virilidad del soldado, llorar por ambos, por el camarada y amigo, y por el hijo.

“(…) A esta pena -así se refiere Gómez a la muerte de Maceo- se me une, allá en el fondo del alma, la pena cruelísima también de mi Pancho, caído junto al cadáver del heroico guerrero y sepultado con él, en una misma fosa, como si la Providencia hubiera querido con este hecho conceder a mi desgracia el triste consuelo de ver unidos en la tumba a dos seres cuyos nombres vivieron eternamente unidos en el fondo de mi corazón”.

Los restos mortales de Maceo y de Panchito reposan en el mausoleo erigido en los terrenos de la antigua finca Cacahual, en el propio lugar donde fueron subrepticiamente inhumados, hace ya 117 años. Desde la elevación donde se hallan, el paisaje se divisa más bello y el cielo se aprecia más claro.

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