Perucho, el gallito bayamés

Perucho, el gallito bayamés

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El monumento dedicado a Perucho Figueredo en Bayamo fue inaugurado el 12 de enero de 1956. Foto: René Pérez Massola.
El monumento dedicado a Perucho Figueredo en Bayamo fue inaugurado el 12 de enero de 1956. Foto: René Pérez Massola.

Por decisión de sus padres, Pedro Figueredo Cisneros (Perucho) matriculó, con apenas 15 años, en el colegio San Cristóbal de Carraguao. Aunque su paso no está lo suficientemente documentado, podemos presumir que lo aprendido en esta escuela donde José de la Luz y Caballero revolucionaba la pedagogía, fue decisivo en el futuro de la isla. Tal como escribiera la historiadora Hortensia Pichardo, este centro fue “durante 40 años un foco de luz en medio de las tinieblas”.

Es precisamente en ese entorno donde Perucho se gana el apelativo de “gallito bayamés”, en reconocimiento a su valentía, inteligencia y sensibilidad artística. Allí se gradúa de Bachiller en Filosofía. Viajó a Barcelona a estudiar Derecho donde coincidió con su amigo de la infancia Carlos Manuel de Céspedes. Durante su estancia en la península estudió música y compuso algunas piezas de las cuales no existen muchas referencias.

En 1842 se graduó de abogado. Revalidó el título en Madrid y recorrió Europa. Para 1843 está de regreso en Bayamo, donde se casó con Isabel Vázquez y Moreno. Tuvieron 11 hijos: ocho mujeres y tres hombres. Perucho había respirado los aires de revolución que recorrían el Viejo Continente y las ideas de la Ilustración lo habían ganado para siempre.

En 1848 es nombrado Alcalde Ordinario Segundo de Bayamo y cuatro años más tarde, en 1852, Delegado de la Marina; pero esas estructuras coloniales no amparaban el derecho de los cubanos a una república independiente. No sorprende entonces que desde el 18 de febrero  de ese año su nombre apareciera en la “Relación nominal de individuos mandados a vigilar por sospechas de infidelidad al gobierno”, según consta en documentos del Archivo Provincial de Granma.

En 1851 había reorganizado, junto con Carlos Manuel de Céspedes, la Sociedad La Filarmónica, centro cultural donde se reunían Juan Clemente Zenea, José Fornaris, José Joaquín Palma y José María Izaguirre, figuras notables de la literatura cubana que asentaron hitos nacionalistas como fue el siboneyismo, tendencia literaria dentro de la cual se inscriben versos escritos por Perucho.

La tensión política lo obligó a salir de Bayamo y en 1854 se estableció en La Habana, donde trabajó cuatro años como abogado. En la capital publicó,  junto con José Joaquín Suzarte y Domingo Guillermo de Arozarena, el periódico El correo de la tarde. Escribió para la revista La Piragua y compuso una contradanza de igual nombre, pieza en la que los musicólogos Leonardo Acosta y Helio Orovio han identificado “elementos directos que se anticipan al danzón por su ritmo agradable”; mientras que Zoila Lapique descubre en ella una estructura musical “probablemente surgida en Santiago de Cuba que será muy empleada en el siglo XIX en otros géneros cubanos: danzones, sones, guarachas”, cuyo desarrollo musical descansaba en células de procedencia africana.

¿Cómo llegó Perucho a sintetizar esas formas matizadas por tropos nacionales? ¿Cómo lo recordaríamos si el patriota hubiera podido dedicar más tiempo a la creación musical? ¿Le valdría su obra para ingresar a las listas de compositores cubanos que abonaron el nacionalismo que vino después? Las respuestas a esas preguntas impulsa a no cejar en la búsqueda de esas piezas compuestas por Figueredo, que aún desconocemos o permanecen inéditas.

De regreso a Bayamo, el patricio continúa intranquilo y en 1861 acusó de incompetencia al alcalde mayor, Gerónimo Suárez Ronté. La audacia le costó 14 meses de arresto domiciliario. No sabemos cuándo se hizo masón, pero la historiografía refiere que fundó la logia Redención. Luego de la toma de Bayamo, el 20 de octubre de 1868, la figura de Perucho trascendió aún más. Su casa fue una de las primeras en ser incendiadas y la familia le siguió a la manigua.

El 12 de agosto de 1870, en la finca Santa Rosa, Las Tunas, fue capturado. A ello contribuyó el tifus que para entonces había quebrantado la salud del patricio y llagado sus pies al punto de impedirle caminar.

Un juicio sumarísimo lo condenó a muerte por el delito de infidencia. La sentencia quedó fijada para el 17. Ese día pretendieron humillarlo llevándolo en burro al lugar  el suplicio: “No seré el primer redentor que cabalga en un asno”, fue su respuesta. Toda la dignidad de Cuba iba con él cuando enfrentó al pelotón de fusilamiento. Con tan épica muerte concluyó su ascenso  al panteón de los héroes de la patria.

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