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Ten tu auto del año, apodérate de Las Vegas, prueba el estilo de vida americano y sé el rey o la reina, de acuerdo con el tamaño de tu carácter. Solo cruza la frontera hacia el país de las Mcdonald´s. Y cualquiera juzga que es cierto, que traspasándola gozará del edén gringo. Para eso está funcionando a tiempo completo la propaganda, los mensajes insistentes, la industria del entretenimiento, a simple vista baladí. Del otro lado habrá, en esencia, lo mismo, otro lado. La diferencia la hacen los falseados chances de éxito.
Desconozco lo que se sentirá voltearse y mirar atrás; acordarse del tamal, del chile, de los burritos; arriesgarse a que cuando pruebes los de allá, te sepan a cosa sintética, a una copia a la que le faltará siempre algo inidentificable. La comida será lo de menos, pero a ratos, te traerá unos recuerdos que te despertarán la identidad de un latigazo. Un pueblucho alcanza para hacerte arder la memoria por el resto de tus días. Donde se echen raíces, se depositará un porqué postrero de volver. Digo yo, que, repito, desconozco.
Tampoco llegó a saber bien el joven de 16 años, José Antonio Elena Rodríguez, que murió a balazos. La Policía Fronteriza le disparó. Varios incidentes obligan a que ese cuerpo cambie su normativa sobre el uso de la fuerza. Cerca de veinte muertes se contabilizan desde 2010 en el área de la frontera, a causa de eventualidades con agentes.
Golpes y descargas eléctricas con pistola recibió Anastasio Hernández Rojas en San Diego, California, mientras estaba en custodia antes de ser deportado, en junio de 2010. Los agentes explicaron que el hombre se mostró combativo y debieron dominarlo varias veces. Pasados dos años, emergió a la luz un video que mostraba a la víctima tirada en el suelo, rodeada por unos 20 hombres uniformados que no hacían caso de los ruegos de ayuda en español, y que le dispararon con armas Taser en tres ocasiones.
“El uso excesivo de la fuerza está estrictamente prohibido”, decreta la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza en un informe. Debe ser complicado explicar el abuso, en la posición del abusador; inventarse eufemismos. O no, el descaro en abundancia ayuda.
Hablando sin tapujos, un emigrante común en Estados Unidos vale lo que cuesta encontrar un cactus en Arizona. Llegan cargados de empeños y los cargan de trabajo. Les pagan salarios de submundo y reciben un trato de submundo. Abramos los ojos. El camino de los emigrantes es una novela de angustias.
Como niños regañados que hacen votos de buen comportamiento, la Policía Fronteriza emitió un comunicado en el que asegura que, a partir de ahora, los agentes se limitarán a usar la fuerza razonablemente necesaria para emprender una detención, protegiendo la vida de los implicados.
Empezará a funcionar un programa piloto que colocará cámaras de vídeo en los autos de los oficiales y en botones de las solapas de sus uniformes.
La oficina del Inspector General de Seguridad Nacional estudió casi 1.200 quejas entre 2007 y 2012 sobre el uso excesivo de la fuerza por parte de la agencia federal.
El empleo letal de la fuerza estará justificado si existe una convicción razonable de que el sujeto supone una amenaza de muerte o de heridas serias. Se agregarán cuatro días adicionales a los cursos de capacitación de los agentes fronterizos. Se simularán en ese período posibles situaciones que requieran el uso de la fuerza en la frontera.
De no haber un compromiso de que se va a acabar con la cultura de la impunidad, tales pasos no guiarán a ninguna parte, expresa un comunicado de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, según sus siglas en inglés).
Por más de 3.000 kilómetros de frontera se extiende el área de vigilancia de la Policía Fronteriza. Desde 2006, en la agencia han ingresado 21.000 efectivos, que vigilan la entrada ilegal de emigrantes en EE.UU. El Congreso planea otorgarle a esas fuerzas una suma de 3.000 millones de dólares adicionales, y dotarlas de drones o aviones no tripulados, para patrullar los límites.
De esto se trata la frontera que separa a México de EE.UU., de límites. Los territoriales son secundarios, aunque al país de los charros el de los yanquis le haya robado un pedazo.
En la decisión de cruzar el coto va el problema para el emigrante, en la de detenerlo a toda costa el del vigilante. Entonces se esclarecen las líneas divisorias. El primero, con suerte y sobreponiéndose a su condición, subirá en alguna oportunidad al auto del año; el segundo, con el destino que escoja, será un vulgar asesino o un oficial que cumple con su deber: Cuestión de límites.
