Cómo me alegro de haberme equivocado

Cómo me alegro de haberme equivocado

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Mujeres transitando por la Rampa con sus cintas amarillas.
Mujeres transitando por la Rampa con sus cintas amarillas.
Foto: Heriberto González

Por: Reinerio Lorenzo Toledo

Cuando vi por televisión a René González lanzar la idea de portar cintas amarillas a partir del día 12 de septiembre por la liberación de los cuatro antiterroristas que aún quedan en prisión, no me pareció una buena idea. No creí que estos eran tiempos para empeños de este tipo. Hasta llegué a comentar con un compañero de trabajo que René, por su largo encierro, no estaba en pleno conocimiento de la realidad cubana actual. Que era difícil que la gente se sumara a ese movimiento; por diversas circunstancias, entre otras la de cómo conseguir las cintas.

Qué ignorante fui. Ayer 12 de septiembre tuve un turno médico en el hospital Hermanos Ameijeiras y tanto en el trayecto hasta allí en ómnibus como dentro, estaba abstraído en el motivo de mi visita y no me detuve a fijarme en nada más. Sin embargo, cuando salí tuve, por gestiones que debía hacer, que caminar desde Infanta y San Lázaro hasta 23 e I —unas diez cuadras—. Enseguida me percaté de que este era un día distinto.

Voy a dejar aparte los organismos administrativos que se encuentran en la calle 23, todos con cintas amarillas en sus puertas y los empleados que entraban o salían portándolas o con alguna prenda de ese color; también a los árboles o señales de tránsito que las lucían. Me concentré en la gran cantidad de personas que transitaban por esa vía. Mujeres, hombres, jóvenes, adultos, personas de la tercera edad, muchas portando algo amarillo —por supuesto, los niños estaban en las escuelas—. “Almendrones” (automóviles antiguos particulares dedicados al transporte de alquiler) y otros vehículos con cintas en las antenas, vendedores y vendedoras de maní con algo amarillo en su cuerpo.

Al llegar a J y 23, al parque de El Quijote, me senté, cansado, y con la intención de ver más. Pantalones, camisas, blusas, pulóveres, gorras… todos amarillos; un coche de niños con un gran lazo de ese color.

Eso me llamó a la reflexión sobre lo que significan sus Cinco héroes para el pueblo cubano. Podemos tener diferencias sobre otros aspectos de nuestra realidad, pero sobre este no. Aquí no importan el estatus social, raza, género o generación. Los Cinco no son Héroes de la República de Cuba porque el Consejo de Estado les haya concedido esa condición. Lo son porque merecidamente se la ha otorgado el corazón de nuestro pueblo.

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