Un salto con Julia Pérez

Un salto con Julia Pérez

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Foto: Rodolfo Blanco Cue, AIN
Foto: Rodolfo Blanco Cue, AIN

Julia irradia sencillez, alegría, y a pesar  de su edad, es una mujer muy entusiasta,  que adora el deporte, conversar… vivir.  Y solo cuando avanza la conversación  sobresale la atleta consagrada que fue.  Julia Pérez Castillo, gloria deportiva de  Camagüey, otrora saltadora de altura y  miembro de la histórica delegación del  Cerro Pelado a los X Juegos Centroamericanos  y del Caribe en San Juan,  Puerto Rico 1966, es una mujer feliz.

Su currículo y la curiosidad me  guiaron al encuentro con quien se  contoneó en épocas pasadas como  toda una dama en las pistas deportivas  y que, por el azar del destino,  comparte con la reportera un municipio  camagüeyano rico en azúcar y  deportes: Vertientes.

Ella misma lo confiesa: su felicidad  se sustenta en hacer lo que le  gusta sin medir las consecuencias,  por lo que cuando quiso ser atleta,  hasta se enfrentó al padre. “En 1961,  mientras estudiaba en la secundaria  Reinaldo León Llera, el profesor de  Educación Física me dijo que tenía  condiciones para el atletismo. Le  creí y me entrenó para participar en  las competencias provinciales.

“A mi padre no le gustaba eso porque  era la única hembra que entrenaba  en el estadio. Iba escondida, mi  mamá me apoyaba y algunos amigos  de él le decían que me dejara, que a lo  mejor sería mi porvenir. No entendía  y me castigaba, pero me escapaba.

“En aquel 1961 participé en el primer  torneo nacional y obtuve bronce.  Al año siguiente, cuando fui al mismo  torneo me quedé en la preselección nacional.  Así fue como se tranquilizó mi  papá”.

El deporte de tiempos y marcas  se había convertido en su pasión, por  eso no fue extraño que la seleccionaran  años más tarde para los X Juegos  Centroamericanos y del Caribe, en San  Juan, Puerto Rico. “Estábamos preparados  para salir hacia la sede, pero  el Gobierno de los Estados Unidos  obstaculizaba nuestra presencia. Entonces  Fidel se reunió con toda la delegación  y nos dijo que con visa o sin  visa, Cuba participaría en los Juegos.

“Salimos en avión para Santiago  de Cuba sin saber en qué nos iríamos.  Pasamos una noche en Camagüey,  donde les explicaron a los padres  cómo era la situación y que podían  retenernos. Algunos le dijeron a mi  madre que estaba loca al dejarme ir.

“En Santiago nos enteramos de  que saldríamos en un barco de carga  que se había habilitado: las mujeres  en los camarotes y los hombres en la  bodega”.

¿Qué recuerda de la travesía y la  llegada?

La travesía fue mala. Entrenábamos  en el barco y cuando estábamos  en aguas internacionales nos tiraban  proclamas para que nos quedáramos  en Puerto Rico; los barcos se acercaban,  los helicópteros nos asediaban…  fue tremendo, pero no les hacíamos  caso. Cuando llegamos casi comenzaban  las competencias y los “gusanos”  que estaban ahí nos tiraban hasta  piedras y palos.

¿Cómo pudieron competir sin desconcentrarse?

Era mi primer evento fuera de  Cuba y la presión del trato con los cubanos  pesaba, pero nos preparamos  psicológicamente para los insultos en  el terreno y lo que hacíamos era ignorar  todo eso.

El deseo y la pasión permitió que  estos casi niños crecieran ante las adversidades  e hicieran mucho más de  lo que podían. “Éramos 21 saltadoras  y en la discusión final quedamos tres  cubanas. Para clasificar debíamos hacer  un metro 35 centímetros, que era  mucho para mí, así que cuando salté  1,55 no lo podía creer. Quedé tercera  y cuando me vi con la medalla sentí  una alegría enorme”.

En el recibimiento también traía  un cúmulo de sentimientos…

Cuando salimos de Puerto Rico ya  en alta mar se apareció Fidel en una  torpedera. Fue muy emocionante.  Hubo quien se preocupó porque aún  estábamos en aguas internacionales,  pero él tenía que recibirnos. Después  de tanto trabajo, verlo fue un incentivo.

Tal como la propia Julia argumenta,  haría falta un libro para contar todas  las “aventuras” que vivieron para  competir y ejercer su derecho como  atletas. Tras este suceso, según señala,  el deporte cubano arrancó con más  dignidad, por eso solo se alejó cuando  los riñones no le permitieron continuar  tras 11 años de vida deportiva.

¿Qué necesitan los nuevos deportistas  cubanos?

Ahora lo que falta es amor al deporte.  Hay atletas que se unen por interés  y en eso los entrenadores deben  trabajar y fomentar la pasión, más  ahora que tienen mejores condiciones.  Para obtener buenos resultados, hay  que enamorarse de su deporte, llevarlo  en el corazón y consagrarse, no por  un viaje sino por amor.

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