El costo civil de la furia de los esbirros

El costo civil de la furia de los esbirros

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La colocación de una lápida que identifique la tumba de su padre como víctima civil del 26 es para Secundina un acto de vindicación a los inocentes que murieron por culpa de la dictadura batistiana. Fotos de la autora
La colocación de una lápida que identifique la tumba de su padre como víctima civil del 26 es para Secundina un acto de vindicación a los inocentes que murieron por culpa de la dictadura batistiana. Fotos: de la autora

Ni el paso de casi 60 años logra borrar el dolor de Secundina Argelia Casamayor Martén. Evocar lo acontecido al amanecer del 26 de julio de 1953 es como ahondar en una herida abierta por siempre; no obstante, accede a contar la historia más triste de su familia, esa que tal vez se repita en otros hogares santiagueros en los que está latiente el recuerdo de una vida trunca o mutilada, como resultado del desenfreno de los sicarios de Batista momentos más tarde del asalto al cuartel Moncada.

“Serían como las seis y media, o las siete de la mañana cuando ocurrió lo peor que nos pudo haber pasado —cuenta Secundina, arrellanada en la poltrona que le contiene el cuerpo mas no el alma, que parece írsele en un suspiro— mis cinco hermanos, mi mamá y yo estábamos despiertos desde las cuatro y algo de la madrugada, mi papá se había quedado en la casa de la abuela, cerquita de la nuestra, que está ubicada en San Miguel, esquina a Heredia, en el reparto Portuondo, a unas siete cuadras del Moncada.

“Nos habíamos levantado asustados con el terrible tiroteo que se sentía en el cuartel; de vez en cuando asomábamos la cabeza y escuchábamos el rumor de los vecinos, decían que los casquitos se estaban fajando entre ellos, pero en realidad nadie tenía certeza de lo que sucedía.

“Cuando la cosa pareció calmarse mi hermanito Baudilio, de 15 años, salió a tratar de comprar leche, aunque sabíamos que la bodega estaba cerrada por el miedo que todo el mundo sentía, pero él iba a insistir con el bodeguero.

“De pronto comienzan a sentirse más tiros, y mi hermana Esmilda y yo, muchachas inocentes al fin, nos asomamos para ver qué pasaba; en eso, a unos 100 pasos de la casa, un hombre se desploma en el piso mientras una vecina grita: ‘Lo mataron, lo mataron’.

“Miramos bien y para qué fue aquello… salimos corriendo porque nos percatamos que era José, era papá; estaba tirado en plena acera, la sangre le salía a borbotones, una bala le había entrado por la nuca y salido por la garganta, tenía un orificio inmenso, es la imagen más horrible que una hija puede tener de su padre”.

Enmudece Secundina, los años no aplacan el dolor, ni logran una explicación razonable para aquella cacería humana que protagonizaron los guardias de la tiranía batistiana.

¿Por qué disparar a mansalva contra personas inocentes que simplemente caminaban por la calle? ¿Por qué esa furia ciega, esa represión tan brutal, esa saña contra el pueblo? Secundina no encuentra respuestas.

“Unas personas nos ayudaron a llevarlo hasta la casa de socorro que estaba en la calle Trocha, pero yo ya sabía que mi padre, José de los Santos Casamayor Caballero, había muerto, el impacto fue terrible, y peor aún la sorpresa de encontrarnos allí a nuestro hermanito Baudilio gravemente herido en un pie. ¡Cuánto dolor para mi familia!

“El modo en que habían sucedido las cosas comenzaron a tener sentido para nosotros: mi hermano recibió un impacto de bala y al enterarse de ello papá salió a prestarle ayuda, lo encaminó con mi primo Pepe para que le dieran los primeros auxilios e iba en busca de mi mamá justo cuando lo asesinaron.

“Era un hombre tranquilo, un padre de hogar, el sustento de todos nosotros. Excelente mecánico, tenía su empleo en La Cubana, que pertenecía a Ómnibus Consolidados de Cuba, y jamás, a mis 13 años, lo había oído hablar de política. “Durante todo el velorio pasaban carros y más carros patrulleros, los policías siempre preguntando lo que pasaba, aunque nunca entraron a la casa.

“Después de aquello pasamos los momentos más duros de esta vida; mi mamá hasta pidió limosnas, tuvo que ponerse a lavar y planchar para mantenernos a todos. Me entristece pensar en las vicisitudes que padecimos”.

Como Secundina y los suyos, otra decena de familias santiagueras se enlutaron o sufrieron las angustias de ver herido a un ser querido como resultado de la represión desenfrenada desatada en la ciudad por el régimen de Batista.

En la actualidad, cada vez que la honran con una invitación a las conmemoraciones centrales por el 26 de Julio, los tristes recuerdos de la mañana de aquel aciago domingo retornan en tropel, y no mengua la impotencia ante la injusticia cometida.

“Me sigue doliendo horriblemente la muerte de mi padre, la herida de mi hermano, y albergo un gran deseo, que espero ver cumplir”, dice llorosa Secundina.

“Él está enterrado en un terreno propiedad de la familia, pero no hay nada, ni una pequeña lápida, que de fe de que allí reposa una víctima civil de los sucesos del Moncada, creo que sería muy bueno, en todos los órdenes, que se sepa lo ocurrido, porque se habla poco del costo de vidas inocentes de aquel acontecimiento, y las personas deben conocer más al respecto, para que la verdad, la historia completa del 26 de Julio, ni se tergiverse ni se pierda con el paso del tiempo”.

Relación de algunas de las víctimas civiles de la acción del Moncada

Muertos

José de los Santos Casamayor Caballero

Manuel Reyes Cala, “El Niño Cala”

Gisel Chaprón

Heridos

Alicia Castillo Ramírez

Migdalia Toledano

Baudilio Casamayor Martén

Felipa Castillo

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