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Virgilio múltiple

Aquella profecía de que se convertiría en isla se cumple frecuentemente: Virgilio Piñera no solo se (re)edita y lee como nunca sino que invade los más diversos medios. Por ejemplo, su poema Tuya para siempre inspiró a la coreógrafa Rosario Cárdenas último (Premio Nacional de Danza de este año) su ballet María Viván, que sirve de punto de partida a un reciente documental homónimo al texto literario de referencia, el cual dirigió Pablo Massip.

Por su parte, el dramaturgo José Milián, en homenaje a la amistad con su colega, creó su pieza Si vas a comer espera por Virgilio, que también conoce ahora su versión fílmica de Tomás Piard.

El filme basado en la obra danzaria de Rosario no es la recreación exacta de aquella, si bien no pocos fragmentos lo informan: criterios y comentarios de expertos sobre su trabajo, y de la propia coreógrafa y directora de Danza Combinatoria, también aparecen de manera orgánica, lo cual acusa un inteligente montaje.

La fotografía se luce como eficaz recurso expresivo al combinar el blanco y negro (los entrevistados) con el color para la obra, mientras la música (tanto la incidental como la del ballet) se suma con gracia y fuerza.

Entonces, el texto de Piñera sobre aquella “tísica fotogénica”, romanticoide y frágil, que con su habitual ironía corrosiva retrató el poeta, saltó con inusitada fuerza al escenario desde la vanguardista sintaxis de los cuerpos, según Rosario Cárdenas, y ha transitado felizmente al lenguaje de las imágenes móviles gracias al lente escrutador y hábil de Pablo Massip.

Análogo tránsito resultó con Si vas a comer…, una pieza donde el experimentado Milián vuelca su temprana amistad con el genial cascarrabia en La Habana de los años 60, con el entorno de la cafetería del hotel Capri adonde ambos se citaban con frecuencia para tener almuerzos que muchas veces eran francos encontronazos intelectuales. En la obra, que si bien se mueve en el terreno de la comedia, se tocan aspectos bien serios (como toda muestra del género que se respete) y hallamos un panorama de la capital de entonces, particularmente las penurias económicas que ya empezaban a experimentarse con vehemencia, y sobre todo, los puntos de vista acerca del arte y la literatura, de lo viejo y lo nuevo, de la amistad, la censura y tantos ítems que inquietaban a ambos escritores.

Con la “banda sonora” que alude a la época (habitual en Milián y su teatro), con una acertada interrelación de lo personal y lo social, con la energía y el ácido sentido del humor heredado del propio Virgilio, su colega nos ofrecía una disfrutable y enjundiosa comedia.

En su lectura fílmica, Piard de entrada cambia el tono: la letra permanece, mas ha desaparecido el sentido lúdicro y simpático del referente teatral: la “parca de las cenas” es un personaje casi trágico (también es la muerte) mientras las canciones que acompañan los diálogos han cedido a una partitura de quien, a propósito, también se encargara de este rubro en el filme anterior: Juan Piñera. Música que, dicho sea de paso, es tan rica y sugestiva como la que habitualmente compone este notable artista nuestro. Luego, aunque permanece el minimalismo teatral, hay una perspectiva fílmica que se reduce a la alternancia de plano/contraplano(s) y frecuentes “big close up”.

Todo esto puede o no convencer a quien gusta de la obra teatral, pero estaremos de acuerdo en que debe respetarse el personal abordaje que hace un artista de una obra ajena.

Sin embargo, hay algunas cuestiones que sí me parecen censurables, dentro de esos abruptos cambios como el que sufre el personaje de Pepe: mientras en el teatro es contestatario, “sube la parada” constantemente al filoso amigo y se pone a su medida, aquí es toda una “magdalena” (con lagrimita y todo), aplastado constantemente por su compañero de almuerzos, débil y apocado, lo cual va en franco detrimento de los resultados estéticos.

Un joven actor como Javier Casas, que ha dado muestras de evidente talento, poco puede hacer ante esta equivocada pauta. Como tampoco Valia Valdés (aunque su señora impertinente sea menos dañina en lo dramatúrgico) de modo que es Iván García quien prácticamente lleva sobre sus hombros toda la responsabilidad histriónica, y sale airoso.

De cualquier manera, es válido que Virgilio Piñera siga moviéndose por registros y medios artísticos, desde diversos lentes y lecturas, de modo que sea cada vez más habitable y poblada aquella isla en que prometió convertirse, y que cada vez crece más.

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