René Salas Inerarity: Un soldado del Capitán Lázaro Peña

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Las emblemáticas fotografías en la sala de su apartamento, en el reparto Ortiz, de la ciudad de Ciego de Ávila, me hicieron estrujar mi cuestionario e hilvanar un diálogo con el gran conversador que es René Salas Inerarity.

Él no había ni insinuado algo sobre la imagen junto al líder histórico de la Revolución cubana. Afirma ser discreto, “pero como tuvo el interés de visitar mi hogar, le comento que ese fue el día más feliz de mi vida. Desfilé al lado de Fidel y le di la mano en la plaza el Primero de Mayo, en La Habana”, subraya Salas.

“Ese encuentro fortaleció mis convicciones. Soy descendiente de una familia que luchó contra el régimen capitalista. Mi papá me encargaba la distribución de la propaganda revolucionaria, él hacía muñecones para el día del proletariado mundial que los denominaba Victoria Popular y los colocaba en las tiendas, esas acciones me fueron entrenando.

“Cuando triunfa la Revolución, el buró obrero del Movimiento 26 de Julio me convoca a organizar a los soldadores en el actual territorio avileño, era mi oficio en aquel tiempo”.

― ¿Y esta foto en la que están Lázaro Peña, usted y otras personas?

“Fue una visita de Lázaro en 1972, yo era entonces el secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba en la región de Ciego de Ávila. Él se reunió con el personal de la fábrica de chapeadoras, del plan piña y otros centros, pues, entre otros asuntos buscaba elementos para la celebración del XIII Congreso Obrero que resultó ser histórico porque se revitalizó el movimiento sindical.

“Yo fui delegado al evento y llevé la experiencia a Angola para constituir 10 sindicatos, apliqué también allí el legado de Lázaro, quien recalcaba sobre la autoridad del dirigente sindical y que ningún recurso era más importante que el trabajador, ideas con plena vigencia en el actual proceso del XX Congreso de la CTC.

“Hoy jubilado con 76 años de edad, sigo siendo un soldado firme de la tropa de Lázaro Peña, el capitán de la clase obrera cubana”.

―Estos son los mejores momentos de su historia de vida, ¿y los difíciles?

“Cuando mis padres se mudaron de Camajuaní para Ciego de Ávila, vivíamos en una casa de madera con piso de tierra. Para remendarla, mi viejo y yo recogíamos las tablas que botaban donde hacían las cajas para envasar piñas. Empecé a trabajar a los nueve años de edad. La asistencia médica en el hospital dependía de un papelito que decía Pobre solemnidad.

“Por eso, siempre le agradezco a la Revolución, y le pido periodista que no deje de publicar este ejemplo: “En 1957 pedí dinero prestado en el taller donde trabajaba para ir a Camajuaní a los funerales de mi abuelo Wenceslao, un mambí de la guerra de 1895. Además, mi tío tuvo que presentar la escritura de la casa para asegurar allí los servicios funerarios.

“Mi hermano Mayito Salas, conocido así en el ambiente beisbolero, se enfermó cumpliendo una misión como cooperante en la hermana República Bolivariana de Venezuela, estuve una semana con él allá y traje su cadáver en un avión fletado, ni un centavo me costó la estancia y el viaje”.

Salas deja de hablar, lo conmueve la anécdota. Vuelve con un hálito de felicidad: “Mis cuatro hijos son universitarios, dos de ellos médicos internacionalistas, yo me hice licenciado en Ciencias Sociales, soy un hombre feliz, pero insatisfecho porque todavía puedo aportarle más a mi Patria”.

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