| Diálogo con un Héroe del Trabajo: Por encima de todo, mi honor

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De seguro que en Dos Caminos de San Luis, allá en Santiago de Cuba, poquísimas personas tengan más responsabilidades que Felipe Sabarit Caballero: diputado al Parlamento, coordinador de los CDR en su zona y delegado del Poder Popular, acumula 125 donaciones voluntarias de sangre, es el mejor ponchero del central Paquito Rosales y también de todo el país, secretario general de su sección sindical por más de 20 años, 18 veces vanguardia nacional y además Héroe del Trabajo de la República de Cuba.

Es un hombre más bien alto, delgado, y aunque nunca fue músico ni deportista, sus largos dedos se me antojan magníficos para un pítcher o un pianista. “En verdad me hubiera gustado, pero no tenía tiempo, porque siempre estaba metido en mi ponchera”, me dice.

Los amigos lo llaman Sabarit, pero en la familia responde por Pipi o Pichi, mote que le impuso una nieta que así balbuceaba su nombre.

De cómo se hizo ponchero

Toda su vida ha transcurrido por estas tierras, donde nació hace 69 años, y se crió en áreas del cercano central Rafael Reyes, en el que malamente pudo vencer hasta el tercer grado.

“Eran tiempos muy duros; mamá era la lavandera de la casa del dueño del central y solo ganaba 25 pesos mensuales. Éramos ocho hermanos y el hambre era mucha. Por eso con apenas 9 años empecé a recoger cogollo, atender animales y cualquier otra cosa que surgiera. Todo eso por seis pesos al mes”.

En esos menesteres lo sorprendió el año 1959 y también la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida. Se hizo obrero agrícola y a los pocos meses se inició como ponchero en el central Paquito Rosales. “Eso fue por 1960 y me gustó esto de fajarme con las gomas. Este es un oficio de muchas maldades, de habilidades; hay gente que dice que es fácil, pero no lo es.

“Yo nunca le tuve miedo al trabajo, y siempre me hice el firme propósito de ser el primero en todo. Recuerdo que había un ponchero que no podía salir de vacaciones porque no había quien lo sustituyera. El hombre me miraba sin mucho embullo, pero al mes de yo estar en el lugar ya él estaba descansando en su casa”.

A partir de ahí convirtió lo difícil en fácil y siempre mantuvo la divisa de que mientras fuera para trabajar, lo podían llamar a la hora que fuera. “A veces terminaba la guardia en el CDR o algún recorrido vinculado con el Poder Popular y me llamaban del central. Eso ocurría con frecuencia, porque en tiempo de zafra el transporte se mueve mucho y se producen muchos ponches”.

Era habitual entonces verlo a cualquier hora del día o de la noche “enredado” con una goma grande de tractor o de camión. Siempre solo, sin ayudante, incluso ahora, “porque aunque tengo algunos años arriba, creo que puedo fajarme solo con cualquier goma”.

Tal intensidad de trabajo no le molestaba, más bien le gustaba que contaran con él, que lo tuvieran en cuenta. Por eso en 1971, cuando se casó con Milba, su esposa de siempre —según su decir— tuvo a bien pedirle que no se pusiera brava con su horario laboral, pues en cuestiones de trabajo él llegaba o se iba a cualquier hora.

“Siempre he sido igual, el trabajo es lo primero. Claro, como nunca fui un parrandero, ella confiaba mucho y jamás dudó de lo que le decía”, asegura, con la mirada fija en ella y no sin cierta picardía.

Humildad como premisa

En 1998 Felipe Sabarit fue electo diputado al Parlamento, honor que ganó desde su humildad de delegado del Poder Popular por casi 25 años. “Realmente yo no sé por qué me eligieron, pero sí le puedo afirmar que jamás he dejado de cumplir una tarea y quizás sea por eso que mis electores me quieren y me siguen”.

Una anécdota lo dibuja de cuerpo entero. Hace algunos años en su empresa acordaron construirle una casa y pronto pareció que más que un estímulo aquello le resultaba un enredo.

“Imagínese, por aquí hay muchos problemas de viviendas, y yo me preguntaba qué iban a pensar mis electores cuando vieran que me estaban construyendo una, por modesta que fuera. Me reuní con todo el mundo, en primer lugar con mis electores y les expliqué la situación con lujo de detalles. A mí se me hubiera caído la cara de vergüenza si alguien llegaba a pensar que me estaba aprovechando de mi condición de delegado. Por encima de todo, mi honor.

“Es que soy de los que creen que la Revolución me ha dado más de lo que ha podido, incluso más de lo que he podido soñar. Mucho más por mi color, por eso los negros tenemos que defender aún más esta Revolución”.

Le pregunto cuál de las dos tareas prefiere, si ponchero o diputado y con sinceridad inefable asegura que ser ponchero le gusta, pero lo asume como su trabajo. “Lo de diputado no es cuestión de gusto, sino de compromiso con la gente que me eligió”.

Para trabajar sí me siento grande

Perteneciente por tres mandatos a la Comisión de Atención a los Servicios de la Asamblea Nacional, Felipe no aparece entre los candidatos a diputados para la próxima Legislatura.

“Este no es un puesto eterno ni mucho menos. Hay que darles paso a otros. Además, para trabajar duro siempre hay tiempo y lugar, y para eso yo sí me siento grande. Por eso lo de Héroe me compromete más, y ahora trabajo más duro que antes”.

Cuando indago por la jubilación, me responde con otra interrogante. “¿Para qué? Mire, yo soy un porfia’o y si ni las enfermedades ni la muerte se meten conmigo, yo trabajaré por siempre”.

Entonces no puedo menos que creer en su historia de obrero esforzado, en su fama de solo necesitar dos o tres horas de sueño para salir en su tractor a coger ponches hasta la hora que sea.

Me despido. Lo dejo con su buen carácter, con la sonrisa que nunca desdibujó su rostro. “Yo antes me creía una gente muy seria, me reía poco, pero me di cuenta que así no se podía ser. En eso me ayudó mucho el trato con mis electores. Ellos son los que me moldearon, me hicieron más risueño.

 

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